Lic. Daniela Tagliani - Psicóloga

El camino del Sol

Cada año el Sol, nos marca distintas puertas. Dos grandes puertas, los solsticios de invierno y verano. Y las dos puertas de los equinoccios (equi= igual; noccios= noche) el día y la noche tienen similar duración



Todos estamos interconectados.  Vegetales, animales, montañas y piedras y seres humanos.  Todos estamos interconectados y sintonizando de alguna manera en esta existencia.

Entramados por alguna conexión sutil que perciben los animales por ejemplo, antes de un tsunami, entonces todos se ponen a resguardo.  O  por la Luz que inconscientemente nuestro cerebro procesa.   Al ir variando la posición del Sol con respecto al movimiento de la tierra, nuestro cerebro reacciona a la luz que recibe.  Por eso en los comienzos del otoño, algunas personas perciben un bajón anímico, (depresión estacional).  Baja la luz que el cerebro recibe, cambia el estado de ánimo. Y uno tiende a comer más chocolates, como para aumentar  la dopamina, que se busca inconscientemente, para llevar la ausencia de luminosidad. 

Así como pasa inadvertido para la consciencia, pero lo advierte el cerebro, desde años inmemoriales, el sol nos permite resonar atravesando distintas puertas estacionales:

La de la primavera, celebrada por su reverdecer

La del otoño que nos va avisando que es tiempo de transitar hacia la interioridad

La del verano que nos llena de frutos y contactos con los demás

La del invierno, que nos encuentra ralos y gélidos por fuera, pero nos invita a transitar sin maquillajes la tierra de nuestra vida, la interioridad y la hibernación.  

Y nuestro psiquismo responde desde el cuerpo,  a estas propuestas de  nuestro ambiente.  Y aquí es donde el significado profundo de los rituales que se practican en cada etapa, son muy importantes.  Porque en líneas generales lo que propone la puerta por fuera, se refleja internamente con una perspectiva diferente. 

Las dos grandes puertas del año son los solsticios de verano y de invierno.  De ambas, generalmente para el cuerpo, la del verano es más grata.  Hace calor, hay frutos, se propicia el encuentro, los días son más largos y las noches más cortas. El ritual de esta estación practicado por las tribus ancestrales (como los incas en América y las culturas nórdicas) indicaba que se abría una gran puerta de comunicación con los Dioses.  Indicaba la expresión máxima de la vitalidad de la estrella solar y su renacer en relación al Solsticio de Invierno.  Que por lo general es mas resistida, porque implica el frío, oscuras noches más largas que los cortos días y su simbolismo implica la fuerza del sol que marcha hacia su decadencia.  Y desde el cuerpo resonamos con esa declinación.  Aunque desde lo simbólico ambas puertas nos invitan a desarrollar el potencial opuesto en nosotros.  En verano festejar los frutos ganados por el renacer interior, encontrándonos con los demás, encendiendo fuegos artificiales y luminarias (en Europa coincide con las fogatas de San Juan, que tienen sus orígenes en los rituales paganos del solsticio de verano). O sea realizando festividades expansivas, con otros bailando, saliendo  y realizando encuentros interpersonales.  Estos rituales exteriorizan el agradecimiento por la fertilidad, por la cosecha, por la luz y los encuentros (entre la comunidad y de parejas, siendo con los demás).  En cambio en invierno, casi impuesto por el clima externo de limitación, es propicio ir hacia adentro.  Abstraerse de las austeridades del paisaje y conectarse con las potencialidades que habitan lo familiar, lo hogareño y más profundamente nuestro interior.  Y eso es lo que el rito del solsticio de invierno celebra, el momento donde por afuera escasea la luz, se ralean los frutos y se vuelve un desafío mantenerse en el exterior, se invita a hacer una reflexión encontrándonos con nuestra sagrada y profunda interioridad, para sembrar la expansión de la Luz, para desearla, pedirla al mundo oculto del creador Infinito, conectándonos con ese espacio.

En estas dos enormes puertas, nuestros ancestros intuitivamente agradecían y se conectaban con la naturaleza aprendiendo desde su hacer, innumerables experiencias.  Abriéndonos a nuestra estrella guía el Sol, podemos  explorar dos dimensiones muy importantes de nuestro ser.

El Ser con los demás, durante el solsticio de verano, en la expresión de los frutos sembrados, cuidados y cosechados, agradeciéndolos a la naturaleza en el momento de su cosecha, con el Sol como referente, en su solsticio.  Y entre los demás la naturaleza como parte madre de nuestra experiencia.  Es en su seno donde transcurren estos tiempos.

El Ser interior, en tanto que el mundo exterior se opaca y desvanece sus bondades, haciéndolas menos accesibles, se nos habilita la misteriosa y potente puerta del infinito misterio de lo que no se ha manifestado.  La posibilidad de siembra, en el momento de la tierra yerma.  Esta puerta, tiene un enorme potencial, mucho más allá de las palabras.  Todas las estaciones son importantes, porque en cada una hay una etapa del ser a descubrir y trascender.  Aunque la puerta  del solsticio de Invierno nos da las pautas necesarias para convivir con lo incierto, lo invisible y los temores que despiertan el atravesar ausencias.

Muchas gracias querido Sol.  Amorosa Estrella Guía, por mostrarnos en cada una de sus puertas un vínculo de nuestra humanidad con la existencia y así nos va acompañando por el camino del sol.


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